No sé qué fue lo que desató el recuerdo. Tal vez, este dolor
de muela que no me deja dormir. Un tratamiento de conducto complicado. Algún
rostro, algo que leí. Sin embargo ya me traiciona la memoria y no recuerdo
algunos nombres, se me empezaron a borrar los detalles, es que pasaron diez
años ¡diez años!.. Tuve que tomar decisiones que traerían consecuencias pero no
tenía tiempo para analizarlas o siquiera
pensar en ellas. Cientos de voces diciéndome que hacer y qué no. Juicios. Apoyo
incondicional, ayuda, indiferencia. Meses de confusión, miedo, confianza, fe,
impaciencia, buscando en el futuro, un “hoy”.
Trato de recordar sin revisar mi libretita donde documenté los hechos. Y qué
bueno que sin ella, no me acuerde. Pero lo que no me olvido son los sentimientos,
esos no se pueden editar. Los meses medidos con reloj de arena. Interminables
pasillos de hospital. Llantos. Los llantos de los niños, los que no se dejaban
poner la vía, esos no eran peores que los de las madres y padres. Esos son los
peores llantos. Esos llantos que porque ya sos grande no podes soltar. Padres
que ves todos los días y un día, no vienen más y no te animas a preguntar por
miedo a escuchar lo peor. Y entre cambio
y cambio de planes necesité sumar otro país, con uno, no me alcanzaba. Crecieron
las esperanzas, pero también las necesidades y las dudas. Si, las dudas, porque
yo no sabía hasta dónde íbamos a resistir a la enfermedad y a las consecuencias
de que ella exista. Y la locura y el miedo aumentaban cuando otras mamás con el
mismo coraje, la misma fe, el mismo amor, terminaban la carrera y volvían a sus
casas sin sus niños. Yo volví de eso, con hijo en brazo. Como en degradé se volvió a mezclar mi
aislamiento con la rutina de la vida normal, aunque miento si digo que algo volvió
a ser normal. Como se habrán dado cuenta perdí un poco el equilibrio. Y aquí estoy
recordando un proceso que no le deseo ni a mi peor enemigo. Agradecida porque
hoy, no estoy ahí y dolida con los que recién empiezan, y por todos los padres
de niños que lucharon tenazmente contra el cáncer pero no pueden mirar a su
hijo crecer. Esta vez no tengo conclusión, esta vez solo comparto un recuerdo.
Lucas tiene 16 años y sigue sano.
Lucas tiene 16 años y sigue sano.
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